Dignidad e igualdad
Manifiesto del Consejo de Mujeres Católicas
Nosotras, como mujeres en la Iglesia Católica, compartimos una visión de la iglesia como una comunidad de iguales, inspirada en el ejemplo de la iglesia primitiva, donde las y los bautizados eran iguales en Cristo. En palabras de San Pablo, «No hay judío ni gentil, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús». (Gal 3,28)
​
La Iglesia Católica, como la conocemos hoy, está muy lejos de la comunidad formada por Cristo en la cual eligió mujeres como María de Magdala y las hermanas Marta y María para que fueran sus amigas y discípulas. María, la madre de Jesús e Isabel, la madre de Juan el Bautista, fueron elegidas por Dios para ser las primeras en anunciar al mundo la Buena Nueva de la Encarnación, y María de Magdala fue elegida por Cristo resucitado para ser la apóstola de los apóstoles – quien fue llamada a ser testigo y anunciar la Resurrección.
La tradición católica ha honrado las vidas y escritos de muchas mujeres santas, místicas y teólogas vernáculas a través de los siglos; sin embargo, todavía estamos muy lejos de la inclusión y representación plena e igualitaria que vemos en los Evangelios y la Iglesia primitiva.
​
En cambio, el desarrollo histórico de la iglesia institucional ha estado marcado por la consolidación de poderes de la jerárquia, leyes, doctrinas e interpretaciones bíblicas que han colocado el poder en manos de un pequeño grupo de líderes varones ordenados, hasta la casi total exclusión de las mujeres como maestras, líderes y colaboradoras con autoridad en la edificación de la Iglesia.
La exclusión de las percepciones y experiencias de las mujeres ha dado como resultado una jerarquía institucional que está alejada y separada de las vidas y luchas cotidianas de las mujeres, incluso promulgando reglas que buscan controlar los aspectos más íntimos de los cuerpos y las relaciones de las mujeres.
​
Esta cultura de dominación masculina célibe es una fuente de opresión no solo para las mujeres sino para todos los que carecen de representación y respeto adecuados, incluidos los niños y niñas, y, las personas LGBTQI. En las culturas patriarcales organizadas por sistemas de género, económicos y sociales de casta, clases y razas, la presencia de una élite masculina gobernante en la Iglesia Católica da legitimidad a las estructuras patriarcales y socava los intentos de crear leyes e instituciones que respeten la plena igualdad y dignidad de mujeres.
Como resultado, en lugar de evangelizar culturas que han oprimido a los grupos marginados, la Iglesia ha integrado estas culturas de opresión en sus estructuras y no ha logrado dar a todas las personas la “vida en abundancia” (Jn 10:10) que Jesús promete.
​
El impacto total del clericalismo con sus abusos de poder y falta de responsabilidad se revela en el creciente número de informes de todo el mundo que muestran hasta qué punto el abuso sexual y otras formas de abuso se han visto exacerbados por la disfuncionalidad de la jerarquía católica moderna. En un momento en que la pandemia de Covid ha tenido un impacto grave en la asistencia a misa y la recepción de los sacramentos, y cuando muchas mujeres ya han dejado la Iglesia, la revelación de aún más escándalos y abusos en el corazón mismo de la Iglesia institucional continuará dañando la vida católica en la sociedad contemporánea.
​
Sin embargo, no tiene porqué ser así.
Este tiempo de crisis es también un kairós para la Iglesia, tiempo para un nuevo comienzo con una nueva visión de lo que podría constituir una normalidad transformada en el mundo post-Covid. Muchas mujeres se atreven a soñar con cómo las cosas podrían ser diferentes en el futuro, mientras se comunican entre sí a través de una vasta red global de comunidades en línea para compartir sus visiones y esperanzas, sus luchas y oraciones, para visualizar y modelar nuevas formas de ser Iglesia en la que todas y todos sean bienvenidas y bienvenidos, todas y todos sean escuchadas y escuchados, todas y todos estén incluidas e incluidos.
​
Las mujeres están reuniendo recursos teológicos, ecológicos y espirituales para crear comunidades donde puedan abrazar y expresar plenamente su dignidad e igualdad, trabajando juntas por un futuro más justo y sostenible.
Las mujeres forman la columna vertebral de la Iglesia en términos de asistencia, contribución a los ministerios parroquiales, catequesis infantil, activismo de base y alcance social. En diferentes partes del mundo, en todos los continentes, donde hay escasez de sacerdotes, las mujeres participan activamente en mantener vivas y activas las comunidades parroquiales, ministrando y brindando atención pastoral a los fieles sin un estatus formal en la Iglesia.
En una propuesta apoyada por 180 obispos en el Sínodo sobre la Amazonía, nuestras hermanas de esa región dijeron que “es urgente que la iglesia en la Amazonía promueva y confiera ministerios para hombres y mujeres de manera equitativa”. Seguimos esperando una respuesta eficaz a ese llamamiento.
​
El cierre de iglesias debido a la pandemia de Covid-19 ha inspirado a mujeres de todo el mundo. Representa una luz cómo las mujeres están tomando iniciativas creativas con respecto a la organización de liturgias, retiros y grupos de oración en línea, mientras mantienen prácticas de oración y observancia litúrgica en sus hogares y comunidades.
Las mujeres han estado a la vanguardia para garantizar que la atención pastoral se extienda a los más afectados por las consecuencias económicas y sociales de la pandemia, incluidos los pobres, los que padecen hambre y las personas sin hogar, los refugiados y las personas de edad avanzada y vulnerables que experimentan niveles elevados de miedo y soledad. Al mismo tiempo, las medidas para contener la propagación de la enfermedad han convertido el hogar en una prisión para quienes corren mayor riesgo de sufrir abuso y violencia doméstica.
Un comunicado emitido por ONU Mujeres en abril de 2020 decía: “Con 90 países encerrados, cuatro mil millones de personas se están refugiando ahora en sus hogares del contagio global de COVID-19. Es una medida de protección, pero conlleva otro peligro mortal. Vemos una pandemia de sombras creciendo: la violencia contra las mujeres”.
(Phumzile Mlambo-Ngcuka, ExecutiveDirector, UNWomen issued as tatement, dated 6t​h​ April2020. https://www.unwomen.org/en/news/stories/2020/4/statement-ed-phumzile-violence-against-women-during-pa ndemic​. Accessed on 9t​h​October,2020.)
Si bien el Consejo de Mujeres Católicas (CWC) lamenta el silencio de los líderes de la Iglesia sobre estos y otros temas que afectan a las mujeres y los niños y niñas, también vemos esto como una oportunidad para avanzar hacia el futuro post-Covid con una nueva determinación de presenciar la alegría del Evangelio al consagrar en el corazón de nuestras instituciones, familias y comunidades católicas la dignidad, la libertad y la igualdad que ofrece Cristo.
Esto incluye hablar en contra de todas las formas de violencia y abuso de género, y exige la inclusión plena y visible de los ministerios, las aptitudes y las habilidades de las mujeres dentro de la Iglesia institucional. Solo entonces presentaremos un rostro creíble, el rostro de Cristo encarnado en cada vida humana -a nuestro mundo herido y en lucha.
Somos particularmente conscientes del papel vital que juegan las mujeres consagradas (monjas y hermanas), que superan en número a los ministros ordenados en la Iglesia y, sin embargo, están excluidas de todas las estructuras y procesos de toma de decisiones.
Por ejemplo, incluso cuando se concedió un voto a algunos hermanos religiosos no ordenados en los recientes Sínodos de Obispos, esto no se extendió a las religiosas que estaban presentes. Las órdenes religiosas de mujeres están en la vanguardia del ministerio pastoral de la Iglesia y trabajan por la justicia social. Están bien representados en la ONU y son pioneras en los esfuerzos mundiales para abordar la trata de personas y abordar el desafío de la crisis de refugiados.
Trabajando junto a sacerdotes y hermanos, brindan atención médica, educación y atención social a muchas de las comunidades más pobres del mundo, y a menudo son las primeros en llegar y las últimos en irse en tiempos de crisis, guerra y trauma. Sin embargo, como el mismo Papa Francisco ha reconocido, a menudo se las trata como poco mejor que esclavas, y la Iglesia aún tiene que reconocer hasta qué punto las religiosas son vulnerables al abuso sexual por parte de obispos y sacerdotes.
También somos conscientes de la necesidad de recuperar la confianza de los padres, para que una generación futura crezca experimentando el amor y la misericordia de Dios, que constituye la esencia de nuestra fe católica. La identidad y la misión de la Iglesia se han visto dañadas por décadas de autoritarismo y clericalismo, mientras siguen surgiendo historias horribles de abusos y encubrimientos. Es muy difícil para nuestros hijos – nuestras hijas en particular – creer que la Iglesia Católica encarna la libertad, la dignidad y la alegría que Cristo promete a la humanidad.
Muchos padres de hoy son comprensiblemente reacios a confiar a sus hijos a un proceso sacramental presidido por una cultura clerical que ha demostrado ser cómplice de la crisis del abuso. Creemos que la plena participación de las mujeres en la vida institucional y sacramental de la Iglesia es el signo más eficaz que podría darse de la determinación de los líderes de la Iglesia de aprender las lecciones del pasado y afrontar el futuro con espíritu de renovación.
Con eso en mente, no deseamos que los fracasos del pasado establezcan la agenda para el futuro. Recurrimos a los Evangelios y nos basamos en la vida y el ejemplo de Jesucristo y de las primeras comunidades cristianas para ofrecer aquí algunas sugerencias para el diálogo y el compromiso entre mujeres y representantes del Vaticano.
Estos son pasos concretos que podrían tomarse ahora para mostrar que la Iglesia post-Covid será un faro de esperanza y curación para el mundo:
-
La jerarquía debe entablar un diálogo público con mujeres que representan la diversidad cultural y existencial de las mujeres católicas en todo el mundo, siguiendo las pautas del Papa Francisco para el diálogo en Amoris Laetitia (54, 136).
-
Abrir todos los seminarios a mujeres y hombres laicos para que todas y todos puedan estudiar teología y las Escrituras por igual y participar plenamente en el proceso de desarrollo doctrinal. Esto también atacaría las raíces de un sistema clerical que comienza con el elitismo de los seminaristas que se preparan para el sacerdocio.
-
Consultar a las mujeres teólogas y eruditas bíblicas al escribir documentos oficiales de enseñanza y hacer referencia a su trabajo.
-
De acuerdo con el compromiso de los obispos contraído en el Sínodo de la Amazonía de “conferir ministerios a hombres y mujeres de manera equitativa”, ordenar mujeres al diaconado.
-
Abrir un diálogo teológico informado sobre la mujer y el sacerdocio sacramental.
-
Asegurar que las mujeres estén representadas en igual número y tengan derecho a voto en todos los futuros Sínodos de Obispos.
-
Modificar la ley canónica para permitir la elección de mujeres como cardenales, como se ha hecho recientemente con respecto a los ministerios de acólitos y lectores.
-
Garantizar la representación plena e igualitaria de las mujeres en todos los dicasterios y departamentos del Vaticano para garantizar que sus habilidades y conocimientos informen todos los procesos de toma de decisiones, perspectivas, experiencias y conocimientos que influyan en los resultados de todas las oficinas y departamentos de la Iglesia.
-
Adoptar una política de lenguaje inclusivo para todas las ocasiones litúrgicas.
-
Garantizar que la formación en homilética genere conciencia sobre las expectativas culturales y sociales de las mujeres en la sociedad moderna con respecto a cuestiones como la inclusión del lenguaje, el respeto por la diversidad de roles, profesiones y vocaciones de las mujeres, y capacite a los predicadores para reconocer que el papel de las mujeres en muchas historias bíblicas es clave, particularmente en los Evangelios y la Iglesia primitiva.
¡Como el Consejo de Mujeres Católicas, continuemos nuestro peregrinaje por todo el mundo para crear conciencia, abrir conversaciones, destacar la investigación y los textos bíblicos, orar juntas y establecer contactos con otros grupos de ideas afines para mostrar nuestra solidaridad y fuerza como mujeres católicas que continuarán usando sus voces por la igualdad de derechos y la igualdad de dignidad en esta Iglesia!